Hace unos meses atravesamos una emergencia en la Ciudad de México, Morelos, Oaxaca, Puebla y Chiapas. Dos terremotos nos sacudieron y nosotros, los mexicanos, sacudimos al mundo con las muestras de solidaridad.
Las cadenas humanas nos enseñaron que somos más fuertes y logramos mucho más cuando unimos nuestras manos, cuando trabajamos codo a codo y cuando dejamos de lado los esfuerzos aislados.
El puño en alto se convirtió en señal de respeto, de prudencia y de esperanza, el puño levantado demostró que cuando se trata de un bien más allá del bien propio los mexicanos sí somos capaces de cooperar.
Hoy estamos a unos días de elegir al próximo Presidente de la República Mexicana y, después de mucho pensarlo, me decidí a escribir estas líneas.
No recuerdo haber vivido un periodo electoral tan violento, los asesinatos de más de 100 políticos han teñido de sangre diversas ciudades de nuestro país. Las confrontaciones entre quienes apoyan a un candidato y los que apoyan a otro son el pan de cada día. Las redes sociales se han convertido en espacios para la publicación de cientos, miles y probablemente millones de insultos motivados por diferencias en ideologías políticas.
Fue grande la desazón que sentí al ver un video de un mexicano tirando de su silla de ruedas a un ruso que pretendía tomarse una foto con una máscara de uno de los candidatos presidenciales de México. ¿Cómo es que una persona puede llegar a justificar un acto tan ruin? ¿En qué momento el odio y la polarización provocan una agresión así?
Me entristece pensar que ese tipo de bajezas provienen de una semilla, y que cada vez que insultamos y descalificamos al otro porque su forma de pensar es distinta a la nuestra estamos plantando semillas de hostilidad, de violencia y de odio.
Más de una vez he escuchado que el peor enemigo de un mexicano es otro mexicano y me rehúso a aceptar esta idea pues hace unos meses, en la emergencia, fui testigo de cómo un mexicano fue el salvador de otro mexicano.
Tal vez es de idealistas pensar que algún día viviremos en un país en el que respetemos a nuestros semejantes sin importar colores, creencias o ideologías, pero siempre preferiré ser idealista antes que ser conformista.