Creo que es común que en la niñez olviden enseñarnos algo muy importante: la posibilidad de decir NO.
O tal vez es algo que cuando somos pequeños sí sabemos, pero que vamos omitiendo por miedo a quedar mal, por miedo a ofender a los demás. Es muy común presenciar una escena en la que un niño que se niega a abrazar o a darle beso a un familiar termina siendo regañado y a veces hasta obligado a dar la muestra de afecto. Qué peligroso y qué erróneo es esto.
En los últimos meses he pensado mucho en lo necesario que es enseñar a las niñas y niños a decir no, a no guardar silencio cuando algo no les gusta y a abandonar un lugar cuando se sienten amenazados. Y esta habilidad la deberíamos dominar las personas adultas también.
Las ganas de pertenecer a algo, un grupo, una relación o un lugar, hacen que callemos las ganas de decir no y, en consecuencia, dedicamos tiempo a cosas que no queremos hacer, permanecemos en situaciones en las que no queremos estar o compartimos con personas que no nos aportan nada positivo.
Uno de los desafíos personales más grandes que he tenido y que a veces sigo enfrentado es la necesidad de validación por parte de los demás. Siempre agradeceré a la Kabbalah haber llegado a mi vida en un momento en el que el trabajo espiritual que necesitaba era aprender a no darle importancia a la aprobación de otras personas.
Cuando aprendí a decir no a la necesidad de validación, mi círculo de amistades se redujo mucho, pero gané la fortuna de que hoy estén en mi vida las personas que verdaderamente me han mostrado su amistad. Cuando aprendí a decir no, solté la ilusión de la seguridad laboral y el temor al fracaso para renunciar a trabajos donde simplemente no era feliz. Ahora estoy en el proceso de poder dar un no inmediato a pensamientos que me roben tranquilidad.
Estando a unas horas de cumplir un año más de vida, uno de mis deseos es siempre ser capaz de negarme a lo que no mejore mi vida y a lo que no me brinde felicidad y paz.