¡Qué tesoro más grande son las letras! Hoy encontré un texto que escribí hace 9 años, durante mi intercambio en Santiago de Compostela, y leerlo de nuevo me conmovió. Este texto es especial pues habla de Dios:
Para mi resulta imposible pensar que en mi vida no ha intervenido Dios, me basta con ver la hermosa familia que tengo, mis padres, de los cuales he recibido amor desde el instante en el que llegué a este mundo, y dos hermanos a los que considero mis mejores amigos. En los momentos más difíciles siempre hemos permanecido unidos y sé que la unión no se perderá jamás, aunque exista cualquier tipo de distancia de por medio.
Estudié secundaria y preparatoria en un colegio teresiano, en donde hacíamos oración todos los días por la mañana. En la escuela me enseñaron que hay diversas formas de hacer oración, pues no siempre tenemos que seguir alguna fórmula previamente establecida para poder comunicarnos con Dios.
Además de la oración diaria por las mañanas, lo que ahí llamábamos “Cuarto de hora”, teníamos una clase denominada “Educación de la fe” en la que compartíamos nuestras experiencias y hablábamos sobre los momentos importantes de nuestra vida, yo consideraba esta clase un espacio para reflexionar sobre mis actos y sobre mi día a día.
Durante cuatro años fui parte del Movimiento Teresiano de Apostolado (MTA), en el que realizábamos actividades que tenían como fin principal la reflexión y el acercamiento a la religión de una forma divertida.
Los tres años de preparatoria hice servicio social, un año en una casa habitada por niños de escasos recursos a quienes ayudábamos a hacer tarea y los otros dos años en asilos para abuelitos. Creo que convivir con las personas de la tercera edad significó una experiencia más fuerte para mi, pues me dolía mucho el hecho de ver que muchos de ellos estaban viviendo los últimos días, meses o años de sus vidas, ahí, prácticamente abandonados por su familia.
Lo que más dejó huella en mi corazón fueron las misiones, a las que asistí dos veces al año durante cuatro años consecutivos, podría decir, sin lugar a duda, que estas experiencias me cambiaron la vida y la mentalidad, además de que crearon en mi un compromiso con las personas que conocí en las comunidades que visité y conmigo misma. De ahí que haya elegido la carrera de Derecho como la vía que me permitiría cumplir dicho compromiso.
Gracias a las misiones abrí los ojos a la realidad que existe en una gran parte de mi país, me di cuenta de que a unas cuantas horas de camino existía otro mundo diametralmente opuesto al mundo en el que yo había crecido. Un mundo en el que por alguna razón ajena a mi entender no se otorgan las mismas oportunidades que reciben las personas que me rodean, un mundo en el que no existen modas, ni de calzado ni de ropa, pues algunos ni siquiera tienen la oportunidad de usar un par de sandalias.
A pesar de las grandes carencias que sufrían las comunidades que nos recibían, me impactó mucho darme cuenta de la fe inquebrantable que tienen. Siempre encontré una sonrisa y siempre nos abrieron la puerta de su casa para platicar o para compartir lo que tuvieran para comer, aunque sólo tuvieran unas cuantas tortillas y café.
Pienso que en esos años como misionera es cuando más contacto directo tuve con Dios, lo vi en la mirada sincera de los adultos que no pierden la esperanza de un futuro mejor, lo oí en las risas de los niños, lo sentí abrazarme cuando me abrazaba una persona mayor después de una plática en la que me abría su corazón, y también sentí a Dios acompañándonos en la mesa cuando alguna familia nos compartía su comida.
Y creo que no sólo lejos de casa he vivido cosas hermosas, en cada día que comparto con mis padres y mis hermanos, en cada momento juntos un domingo cualquiera, sé que Dios está presente, pues ni siquiera en los momentos más difíciles nos ha abandonado.
Sé que existe un Dios que me ha permitido vivir miles de cosas hermosas, estar rodeada de gente maravillosa que me quiere y que yo quiero, ese Dios que me ha permitido conocer lugares muy bellos, que me permitió cumplir mi sueño de estudiar un semestre de mi carrera en España y en el que creo firmemente, me basta con sentarme a recordar todos estos momentos inolvidables, mientras admiro un hermoso día soleado a través de la ventana de mi habitación, que por ahora es mi hogar, a miles y miles de kilómetros de mi país.