Decidí estudiar un semestre de la carrera en otro país en cuanto supe que existía esa posibilidad. No sabía cómo o cuándo pero sabía que tenía que lograrlo. Esa misma noche, al llegar a casa después de clases, compartí con mis papás el recién surgido anhelo y creo que lo platiqué con tanta ilusión que me apoyaron al instante.
Elegí como destino España, opté por la experiencia de estudiar en la Universidad de Santiago de Compostela y de vivir en esa pequeña ciudad de cuento.
Aunque durante la planeación del viaje hubo obstáculos significativos, no hubo día en el que mi objetivo dejara de estar en la mira. Recibir la carta de aceptación de la Universidad fue como una inyección de alegría; el sueño se materializaba poco a poco.
Bien dicen que “no hay fecha que no se llegue ni hay plazo que no se cumpla”, y el día de emprender el vuelo llegó. La noche anterior a mi partida no pude dormir bien, pues una sentimental como yo no se despide de la familia para irse sola medio año a otro continente sin derramar una buena dosis de lágrimas.
Hasta que abordé el avión caí en la cuenta de que no había marcha atrás y más valía comenzar a disfrutar el trayecto hacia una de las más grandes aventuras de mi vida.
A unas horas de iniciado el vuelo, luego de haber cenado, cerré los ojos para intentar dormir. Cuando apareciera el sol por la ventanilla próxima a mi asiento, estaría arribando a España.
Con los ojos cerrados pensaba en mi familia y en el hogar que dejaba atrás. El miedo que sentía se mezclaba con la ilusión del capítulo que estaba comenzando…