Una tarde de sábado fui por primera vez a la catedral de Santiago de Compostela, recuerdo que durante la misa presencié el espectáculo del Botafumeiro, un incensario enorme que requiere el esfuerzo de ocho personas para ser puesto en movimiento. El Botafumeiro tiene una altura de 1.60 metros y llega a pesar 100 kilos cuando contiene carbón e incienso.

Al salir de la Catedral estaba lloviendo, era esa lluvia ligera pero constante a la que muy pronto me acostumbraría pues Santiago es una de las ciudades de España donde más llueve.

Los domingos eran días un tanto difíciles, el hecho de que la mayoría de los comercios estuvieran cerrados no ayudaba a evadir la nostalgia que me ocasionaba el estar lejos de mi familia en un día que toda la vida ha sido un día familiar para mí. Claro que poder comunicarme con mis papás y mis hermanos por video llamada aliviaba la tristeza.

El departamento donde vivía no tenía internet, lo cual me obligaba a ir a la biblioteca de la escuela o a buscar un bar donde me brindaran la clave del wifi a cambio de consumir un Cola Cao, un café o un bocata ya que mi presupuesto era limitado. La cuestión era que en la biblioteca había un horario establecido para el área de internet por lo que en varias ocasiones literalmente nos corrió la encargada de la Biblioteca a Fer y a mí por ser las últimas en el lugar. La desventaja del bar o restaurante era que bastaban unos minutos para que el intenso olor a tabaco se impregnara en mi cabello y en mi ropa, lo cual no me agradaba para nada.

En las tardes soleadas me encantaba ir a caminar a la zona vieja, cientos de turistas y locales salían a disfrutar también del ambiente festivo que se respiraba en el Casco Viejo, el cual siempre era acompañado por el sonido de la gaita. En una de esas caminatas probé la Crema de Orujo y la Tarta de Santiago, desde ese día me encantó el dulce sabor a almendra que tiene la tarta. Ah, y no se puede hablar de comida gallega sin mencionar el Pulpo á Feira o Pulpo a la Gallega que es una verdadera delicia.

Lo único que me faltó en esos meses fue hacer el Camino a Santiago como peregrina. La vida me daría dicho regalo unos años más tarde.

Pasa el tiempo y sigo dando gracias por estos recuerdos tan padres y por darme la valiosa oportunidad de estudiar en Santiago de Compostela. Siempre estaré agradecida con mis papás, mis hermanos, mis tías, tíos y primos que me apoyaron y me acompañaron en el trayecto.

Esos meses fuera de casa me enseñaron mucho, muchísimo más de lo que pudiera haber imaginado. Aprendí sobre mí, sobre mi fortaleza y mi determinación. Estando lejos también aprendí a elegir a quien quería tener en mi vida y de quien era mejor alejarme. Y, por encima de todo esto, aprendí que no hay sueño inalcanzable.

LSM 2018

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