Antes de completar otra vuelta al sol quise detenerme a recordar lo grandiosas que han sido estas 3 décadas de vida en las que he gozado cada etapa y cada ciclo.
La primera década de mi existir estuvo repleta de amor de mis papás, de aprendizajes y descubrimientos, y de recuerdos entrañables de mis hermanos, de mis abuelitas, de mi abuelito, de tías, tíos, primas y primos.
Tuve mucha prisa por aprender a leer pues a los 2 años y medio me adueñé de un ábaco en cuyo marco estaban inscritas todas las letras del abecedario y con ese ábaco acudía a mamá o a papá para preguntarles cómo se llamaba la letra que les señalaba. Después de conocer el nombre de la letra yo solita me ponía la tarea de hacer una plana repitiendo esa letra y no podía pasar a la siguiente hasta no completar la plana.
Muchas veces me ganaba el sueño y me quedaba dormida sobre mi pequeña mesita así que cuando mi mamá intentaba cargarme para llevarme a mi cuna a dormir yo despertaba y llorando le decía “¡no he terminado la tarea!”, después continuaba haciendo la plana. Gracias a ese espíritu autodidacta llegué al kínder sabiendo escribir y leer el abecedario.
Sé que puede sonar extraño pero desde muy chica ya tenía esa noción de que todo, absolutamente todo, termina en algún momento. He sido intensa y sentimental desde niña, sólo hay que ver los corazones con lágrimas que les dibujaba a mis papás cuando me regañaban, en los que les escribía “la bonanza y la esperanza se fueron a viajar”. Apenas aprendí a escribir y ya utilizaba las letras para mis expresiones dramáticas.
En la segunda década de mi vida llegaron las amistades que aún conservo, mis hermanos se convirtieron en mis mejores amigos y mis mejores amigas se convirtieron en mi familia. Recuerdo la secundaria, la preparatoria y la universidad como una época divertidísima, llena de alegría, risas, emociones e ilusiones.
Al inicio de la tercera década estaba por terminar la universidad y trabajaba en el Senado, en el que ha sido el trabajo que más he disfrutado hasta ahora. Tenía un perfecto equilibrio entre el trabajo, la escuela, las fiestas, mis amigas y la familia.
Uno de los episodios más duros fue el que comenzó cuando presencié la partida de mi papá, tenía 22 años. No sé por qué la vida me eligió a mí para ser testigo de ese momento tan inclemente pero llegué a entender que así tenía que suceder y no querría que mi mamá o mis hermanos hubieran presenciado esa glacial y desoladora escena.
La herida estuvo abierta mucho tiempo, pero es cierto, el tiempo todo lo cura. Aunque creo que más que el tiempo, fue el amor de mi familia, principalmente de mi mamá, lo que me sostuvo en el proceso de sanar una pérdida tan dolorosa.
La muerte tiene su forma hiriente de recordarnos que hay que vivir. Mi papá amaba la vida, era muy común escucharlo decir riendo “¡cómo me divierto en este planeta!”. Sé que el mejor regalo que puedo hacerle es disfrutar mi paso por este mundo y amar a la hermosa familia que tengo gracias a él y a mi mamá.
Tiempo después, a los 25 años, encontré a mi compañero de vida al que amo mucho y quien es mi mejor amigo. No hay duda, la vida tiene sus altas y bajas pero teniendo una gran compañía la felicidad se disfruta más y los tiempos adversos son más llevaderos.
Y para culminar mi tercera década, hace un año la vida me dio el bendito regalo de conocer a mi sobrino. Me parece increíble cómo él logra alegrarme hasta en los días tristes. Verlo crecer es una suerte feliz que me recuerda que el tiempo se va volando.
A unos días de cumplir 30 años no dejo de dar gracias por este viaje que ha sido excepcional, pido a la vida que me conceda mucho más tiempo al lado de las personas que más amo.