Hace varios años tuve la fortuna de asistir a una graduación de preparatoria donde Isabel Allende, mi escritora favorita, habló ante los graduados. Durante su discurso ella expresó una idea que recuerdo especialmente: “Vivimos en una era de conexión obsesiva y verdadera soledad. Puedes tener 200 amigos en Facebook, pero ninguno que te tome de la mano cuando realmente lo necesitas”.
Triste, ¿cierto?
Pertenezco a una generación que conoció la vida antes de las plataformas sociales y, sin embargo, debo reconocer que hoy en día son parte de mi rutina diaria, al igual que lo es una taza de café por la mañana. Me pregunto qué droga será más adictiva y cuál será la más dañina.
Pero la incógnita qué más me preocupa es la relativa al efecto que tendrá en las nuevas generaciones el hecho de que las tabletas, los teléfonos celulares y el mundo virtual estén integrados a su vida desde muy pequeños. Me inquieta pensar que las niñas caigan en la trampa de creer que los “me gusta” que reciben sus fotos determinan cuan bonitas son, y que su autoestima dependa de ello. O que los niños piensen que la forma más fácil de pertenecer es uniéndose a grupos de Facebook que los incitan a cometer actos de violencia o a participar en retos que incluso llegan a poner en riesgo su vida.
De por sí, los adultos no escapamos a la farsa de que la cantidad de “me gusta” que recibe una de nuestras publicaciones es directamente proporcional al nivel de aceptación que tenemos entre quienes nos rodean o entre quienes integran nuestra comunidad virtual.
Aquí es donde me pregunto, ¿cuántos “me gusta” se necesitan para ser feliz?
¿Te has cuestionado cuántas veces estando de viaje te has ocupado más en tomar la foto perfecta para Instagram que en disfrutar lo que tienes ante tus ojos?, ¿cuántas veces has ignorado a la persona con quien estás comiendo por estar editando la foto de la comida para luego subirla a tus redes sociales?
¿En cuántas ocasiones el “compartir” en redes te ha alejado del verdadero compartir con tus seres queridos?
No hay que perder de vista que las redes sociales son herramientas diseñadas para facilitar nuestra vida, no para complicarla, para acercar personas, no para alejarlas. Y como herramientas, tú debes de tener siempre el control sobre ellas, no ellas sobre ti. Así que no te permitas llegar a un punto en el que mostrar tu vida a los demás sea la forma de buscar validación, pues la única validación y aceptación que requieres es la propia. No permitas que el estar tan conectado a tus “amigos” virtuales te desconecte de tus verdaderos amigos, esos que sí están dispuestos a tomar tu mano y a brindarte compañía en los días grises, cuando más lo necesitas.
La vida no se detiene. La vivas o no, la disfrutes o no, la publiques o no, la vida no se detiene. Y si hay algo que con certeza llegará es la muerte, que no te pille hipnotizado por la pantalla de tu teléfono móvil.