¡Nos exigimos tanto! Le exigimos un tanto más a la vida y otro tanto más a quienes nos rodean. Incapaces de apreciar todo lo que tenemos optamos por quejarnos por lo que no tenemos. Y es así como olvidamos lo verdaderamente importante.

Hace unos días miré al cielo y me quedé contemplando la belleza de una tarde soleada de domingo al tiempo que pensaba en lo generosa que es la vida: nos da amaneceres espectaculares mientras continuamos dormidos, nos regala mañanas de sol cuando estamos apresurados intentando llegar a algún sitio y nos brinda atardeceres que no observamos porque una pantalla de celular nos impide prestar atención.

Recuerdo que ese domingo miré al cielo, sonreí y con el corazón di gracias a Dios.

¿Cuántos cielos he dejado de mirar por estar preocupada por problemas insignificantes? Hoy que lo pienso, me doy cuenta de que en las situaciones más duras que he vivido los “problemas” cotidianos de pronto se encogían ante mis ojos, y es que no apreciamos lo verdaderamente importante hasta que nos sentimos cerca de perderlo.

Pareciera que es más fácil sentir agradecimiento cuando las cosas marchan bien pues en cuanto algo sale mal somos presa de la queja, el enojo y la tristeza. Lo cierto es que aún en los días nublados puedes hallar luz, el secreto está en apreciar.

LSM 2019

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